Las Pasiones Capitales
IX. La Pereza
Por Alfonso Colodrón. Ilustraciones: Ana Roldán.
Tal vez no sea pura coincidencia el hecho de que el último carácter del eneagrama sea el que más pereza me ha dado escribir. Me han venido a la memoria muchas de las sesiones con pacientes que comparten este eneatipo. El recuerdo dominante es el de tener que haber recurrido a todas mis reservas de energía para vencer una especie de inercia, de resistencia pasiva inconsciente, aunque siempre en un clima de afabilidad, concordia y buenas intenciones. Pero quizá no haya que echarle la culpa a los «perezosos» y considerar simplemente el hecho de que se trata del último de los eneatipos, el Nueve, de una serie que empezó a publicarse en julio del año 2000. Además estamos casi a finales de año y estas líneas aparecerán en plena “cuesta de enero”.
Curiosamente, las personas dominadas por esta pasión pueden ser muy activas, pues pertenecen a la tríada del impulso; es decir, son impulsivas como los «iracundos» y los «lujuriosos» (1 y 8), no muy mentales (5, 6 y 7) y poco emocionales (2, 3 y 4). Lo que ocurre es que normalmente están más dispuestas a actuar y a moverse más por los otros que por sí mismos. Si algo puede reprocharse a los «nueve» es precisamente el olvido de sí. Suelen ser las típicas personas serviciales, que detectan y escuchan las necesidades ajenas y tienen el hábito de intentar satisfacerlas anteponiéndolas a las propias. Si en una comida de grupo encontramos a una persona atenta a qué van a comer los demás, que se levanta a por el vaso o la servilleta que falta, que cede su silla al último recién llegado y que tal vez, gracias a todo ello, esté comiéndose la ensalada cuando todo el mundo está tomándose el postre, es muy posible que se trate de una persona perteneciente al grupo que estamos intentando describir.
A primera vista, por tanto, no son las personas que la psiquiatría o la psicología clásica considerarían necesitadas de terapia, ya que son las más adaptadas a su entorno familiar, profesional y social. Pero es precisamente su sobreadaptación lo que constituye el problema. Confluyen y se mimetizan tanto con su medio que al final no pueden distinguir su deseo del deseo del otro, sus propias necesidades de las ajenas; confunden sus sueños con los de la pareja y necesitan que todo el mundo a su alrededor esté bien para encontrarse bien. En cuanto surge el más mínimo conflicto, intentan apaciguarlo o se protegen, marchándose o distrayéndose y poniendo la atención en cualquier otra cosa. Sin embargo, si persiste el conflicto, su forma de agredir será la resistencia pasiva. Si en el trabajo un jefe es agobiante, no se enfrentarán directamente a él, pero pospondrán la tarea, la olvidarán o pondrán mil excusas para restablecer su rutina perturbada por el superior en cuestión.
Posponer es un verbo que los caracteriza bastante bien. Cuando surgen problemas, suelen simplemente negarlos, no como el «goloso 7» que intenta dar una solución rápida, sino sencillamente no viéndolos o, mejor aún, esperando a que se solucionen por sí mismos sin hacer nada. Por ello, su visión del mundo y de las cosas en general suele ser excesivamente simple; suelen ver mejor lo que tienen frente a la nariz que lo que está a diez metros de distancia, porque prefieren agotar tranquilamente el día de hoy sin esforzarse demasiado por el mañana. Les cuesta fijarse metas lejanas, pueden incumplir mil veces sus propósitos cercanos y culparse por no haber alcanzado los objetivos de la semana. Pero no se morirán de estrés ni les dará un infarto por ello. Quizá el personaje universal que mejor les caracterice sea Sancho Panza en toda su grandeza y con todas sus miserias: sentido común, pragmatismo a ultranza, buen comer, huida del peligro, rutinas bien establecidas y algo que, por obvio, suele olvidarse: sacrificar todo ello en aras del ideal de Don Quijote, a través del que vive una especie de vida vicaria. Los «nueve» viven las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias; éstas son su motor y su gasolina para rodar por la vida.
Todo ello hace que sean personas normalmente dependientes: de los padres, de la pareja, de los hermanos, de los compañeros de trabajo, de los amigos… Es difícil que den su opinión sin consultar antes las de los demás. Al final, nos será difícil distinguir si es propia o pura asimilación, ya que su principal mecanismo de defensa es la confluencia, la pérdida de límites entre ellas y el entorno, la «con-fusión» con lo de afuera: una especie de difuminación de la propia identidad. En sus casos más extremos sería una especie de fijación sadomasoquista disfrazada de amor. En la infancia supondría perpetuar el estado del bebé, no seguir los pasos normales de diferenciación, principalmente de la madre que pudo ser una madre superprotectora, aunque, en otros casos pudo ser lo contrario: ante una falta de atención generalizada por un exceso de hermanos o por el trabajo absorbente de los padres, el niño o la niña tuvieron que hacer un esfuerzo de sobreadaptación para «merecer amor». De aquí, una especie de resignación, de poner de lado los deseos propios, las necesidades personales, en aras de satisfacer continuamente a los padres hasta el punto de llegar finalmente a responsabilizarse de los deseos y necesidades de éstos.
Cuando un NUEVE acude a terapia es que está despertando. Su malestar es un primer síntoma de que se está dando cuenta finalmente de que ha construido su vida en falso, y uno de los primeros pasos tal vez sea desidealizar a los padres y no sentirse culpable por pensar, sentir y desear cosas distintas; por atreverse a vivir una vida propia. Para ello, les es útil empezar a valorar sus cualidades, que generalmente pasan por alto no dándoles mucho crédito. Sin embargo, la verdadera modestia es un peldaño seguro de ascenso personal y de aceptación por parte de los demás; por ello, podrían dejar de temer tanto la exclusión del grupo. Si se relajasen en este esfuerzo por sentirse siempre incluidos, la energía que ponen al servicio de los demás la tendrían disponible para sí mismos. Sobre todo, en el ámbito de la escucha. En lugar de escuchar tanto a los demás, podrían dedicarse más tiempo y espacio a escuchar su mundo interno, en el que generalmente no profundizan.
Al releer este párrafo, me doy cuenta de su tono de moralina y aconsejador y vuelvo a recordar qué sacan de mí los «nueve«: ganas de empujarles, deseos de que utilicen todo su potencial dormido, indignación cuando se dejan engañar o explotar, impaciencia ante su lentitud, sobreestimulación de alternativas y puntos de vista ante su excesiva simplificación del mundo… Pero todo ello es una trampa, porque asentirán inmediatamente, confluirán, sonreirán, se harán buenos propósitos haciéndome creer que está todo más claro que el agua y volverán a su ritmo y a su resistencia pasiva. Paciencia es lo que aprendo de ellos, porque de esta virtud andan sobrados.
Se me ocurre que la cara y la cruz de este eneatipo en el mundo en que vivimos serían: por un lado, un ejemplo de autosatisfacción y conformidad en tiempos en que muchas personas se encuentran inmersas en una carrera consumista en persecución insatisfactoria de aquello que siempre creen que les falta; por otro, el obstáculo que supone esta actitud para efectuar los cambios que el sistema necesita; los gobiernos, las burocracias, las grandes instituciones caminan a paso de elefante ante las urgencias sangrantes de la situación histórica que vivimos. Y es que los «perezosos» son generalmente conservadores y obstinados; una obstinación que raya en la terquedad puesta al servicio, en este caso, de la tradición, lo conocido y las mayorías acomodaticias, con el supuesto enfrentamiento pasivo al riesgo que supone cualquier innovación.
En el plano espiritual, los «nueve» suelen ser los más «terrenales» de todos los eneatipos; no suele encontrarse entre ellos muchos esoteristas, meditadores o buscadores, sobre todo en Vías que supongan esfuerzo personal y constancia. Y esto, porque suelen desinteresarse de todo aquello que no se pueda ver, oler y tocar fácilmente. Por ello pueden ser buenos funcionarios y buenos diplomáticos. Les gusta mediar y les encantan las estructuras que proporcionan estabilidad y pocas sorpresas. Sin embargo, cuando despiertan a su verdadero deseo, a su auténtica necesidad, puede surgir paradójicamente el Amor genuino por los demás y trabajar con eficacia en profesiones de ayuda o en actividades de voluntariado: al trascender su carácter, pueden poner al servicio de los otros su serenidad, visión incluyente, modestia y, sobre todo, su tendencia a las dimensiones transpersonales de la existencia humana.
La serie «Pasiones Capitales» es un aporte de Alfonso Colodrón – Terapeuta Gestáltico y Consultor Transpersonal. Las ilustraciones que acompañan a cada eneatipo pertenecen a la serie «Personajes» de Ana Roldán.
© Publicación original de 2005. Los derechos intelectuales de las obras aquí expuestas pertenecen a cada autor. Prohibida su reproducción.
Es la zona de confort , o miedo a experimentar cosas nuevas en la vida
Gracias por esta web que me devuelve mi imagen como un espejo.
Mi trabajo con mi eneatipo me ayuda a estar alerta con mis automáticos, como por ejemplo la no confrontación y la postergación.
El trabajo corporal me ha ayudado mucho a estar conectada con mis necesidades y el autocuidado.
Suelo pasearme por tu web y repetir el test, como un autochequeo, y esta vez me he sorprendido con una fuerte tendencia al eneatipo 2… Me observaré en este descubrimiento!!
Gracias, gracias, gracias, si bien me siento muy bien descrita, estoy en trabajar para sacarme la etiqueta de perezosa… aunque no me había dado cuenta. Y sí, siempre atenta a servir, en especial a los que son todo lo contrario, con tanta actividad que se olvidan de cosas. Es un trabajo largo pensar en mi, aunque también en ocasiones, ignoro y me regalo y me atrevo a decir NO.
Excelente!
Fui hija de un NUEVE, y doy fe de que cuando hay conflicto, huyen lo más rápido que pueden; también, al ser mediadores, muchas veces encuentran una solución salomónica para algún desencuentro entre dos partes.
Creo que sí, son emocionales, pero que no se quedan ahí, colgados de la emoción (no es muy cómodo 🙂 )
También conozco NUEVES trabajólicos; será esa inercia que no los deja parar de hacer algo. Trabajan para los demás, son de los demás, acompañan.
A veces sacan de quicio … pero todos los eneatipos lo hacemos, en alguna medida.
En general sus parejas son todo lo contrario; son las que mandan, ordenan, sueñan, realizan, y ellos están ahí, agradando a los demás. A veces, también se atreven a hacer algo que les agrade a ellos, de vez en cuando … pero en general, se ponen al final de la lista